De niño solía llevar el coche de mi hermana al ir a la playa. Cuando mi hermana no pasaba el año, el coche -teniendo yo diez- me era una carga infernal.
A medida que crecía mi hermana el coche se hacía menos pesado cuesta arriba hacia la casa de veraneo; a medida que pasaba en mí el tiempo se acrecentaba la duda de si es que el coche se hacía más ligero al yo tener más fuerza o por la costumbre. Resolví, hoy por hoy, que la constancia no tiene que ver ni con destreza ni ejercitación, sino que con costumbre.
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